Uno de los aspectos más preocupantes del próximo proceso electoral es el evidente divorcio existente entre las múltiples formas de organización social y sus demandas y sus supuestos canales de expresión política, llámese estos partidos políticos o el gobierno.
Una de las muestras más evidentes de esta separación es la permanente situación de conflicto social que vive la sociedad peruana por un lado y la anecdótica agenda de la política formal, por el otro.
Algunos tipifican esta situación como “crisis crónica de mediana intensidad”, para diferenciarla de situaciones similares que se viven en países vecinos como Bolivia y Ecuador en donde la convulsión social llega a tales niveles de agregación que generan una “crisis aguda de alta intensidad”, que conllevan, incluso, a la interrupción de mandatos presidenciales.
Según el último reporte de la Defensoria del Pueblo, en lo que va del año, se han producido 67 conflictos entre la población y las autoridades o entidades públicas. El 82% se han desarrollado en lugares donde la mayoría de la población vive bajo la línea de la pobreza. El grueso de estos movimientos de protesta está relacionado a cuestionamientos de autoridades locales, conflictos entre comunidades, enfrentamiento con empresas mineras, conflictos de demarcación territorial, y reivindicaciones de carácter laboral.
Al mismo tiempo, la agenda política está marcada por tres temas: el escándalo de las firmas falsas, las reformas constitucionales del sistema electoral (voto a los militares y fuerzas policiales, voto facultativo, sistema bicameral); y, los reacomodos partidarios y de algunas personalidades en función del calendario electoral del 2005.
En este contexto es el APRA que ha mostrado los mejores reflejos. Su líder, Alan García, parece ser conciente de esta brecha y el único con el discurso y la capacidad orgánica electoral para hacerle frente. AG se encuentra trabajando intensamente en ambos flancos. Por un lado, la bancada aprista lidera las reformas constitucionales en el Congreso, apostando a que su capacidad organizativa y de presencia social les permitirá cosechar de las mismas (especialmente en el voto facultativo); y, por otro lado, ha tratado de mantenerse por encima de debates bizantinos (como el de las firmas falsas) lanzando un discurso que se acerque a la demanda social. Su propuesta de creación de un Frente Social, conversaciones con algunos gremios, y sus pronunciamientos críticos en relación con algunos puntos del TLC van en ese sentido. Alan García lo necesita. Las encuestas muestran que un 40% de la población no votaría por él para presidente. Esta cifra se ha mantenido constante durante los últimos años. Mientras tanto, tanto la derecha como la izquierda muestran debilidades para desarrollar una propuesta programática, un discurso coherente, una organización sólida y un liderazgo alternativo, que les permita afrontar el próximo proceso electoral con éxito. Para los primeros, la declinación de Castañeada Lossio a participar en el proceso y las indefiniciones de Paniagua, debilitan aun más su perfil; mientras que la izquierda no termina de salir de su marasmo. De los llamados “outsiders” es poco lo que se puede analizar.
Pero, ¿Es suficiente una estrategia electoral para enfrentar el panorama de permanente conflicto social, signo del hartazgo de millones de peruanos y peruanas que viven en una intolerable situación de marginación y postración?
No señor García, a pesar de lo inteligente de su estrategia electoral, y de las capacidades que tenga usted y su partido para ponerlas en práctica, no son las estrategias electorales las que producirán los cambios sociales que el País necesita.
El Perú necesita más que eso.
Originalmente publicado en... Río Abierto