Niños invisibles | La última nota del clarín
Tomado de Perú 21, columna "qué lisura" de Patricia del Río.- En el lejanísimo distrito de Cachachi, en la provincia de Cajabamba (Cajamarca) viven niños invisibles. Ríen, van al colegio, juegan en las calles, abrazan todas las mañanas a sus padres, pero nadie los ve. Nunca. Y esta increíble y desconcertante característica, por increíble que parezca, no es producto de ningún experimento científico. Estos niños no han hecho nada especial para ser así y jamás podrían haber aparecido en las novelas del genial H.G. Wells (autor de El hombre invisible) porque lo suyo no es una condición fantástica, ni glamorosa, ni siquiera interesante. Los niños del distrito de Cachachi no existen, ni son materia de discusión en el Congreso, porque, en realidad, a nadie le importa lo que pase con ellos. Solo nos acordamos que están creciendo en algún lugar remoto de nuestro país, cuando se envenenan con alimentos del Pronaa, y tienen que viajar retorciéndose de dolor y de vómitos, durante tres horas, para llegar al hospital más cercano.
Fueron más de 80 las personas intoxicadas esta semana con el almuerzo escolar que se repartió en el centro educativo 82311 en el caserío de Redondo. Comieron arroz, menestras, un producto. lácteo y anchoveta. Cuando empezaron los vómitos y las masivas manifestaciones de envenenamiento, los médicos del puesto de salud de Cachachi se dieron cuenta de la gravedad del asunto y decidieron evacuar a los enfermos al Hospital de Apoyo de Cajabamba. Niños y adultos hicieron un largo y tortuoso viaje de más de tres horas mientras se retorcían de dolor y malestar. Tres niños no soportaron el trayecto. Debido a la gravedad de su envenenamiento, murieron. Eran dos hombrecitos de 6 y 8 años, y una niña de 8.
Hoy, por supuesto, todos buscan un culpable. La ministra García Naranjo dice que el Pronaa no es responsable, que la culpa es de las madres que no fueron cuidadosas en la preparación y mezclaron el arroz con restos de insecticida. Las madres argumentan que ellas no han hecho nada malo y que la comida que manda el Pronaa no siempre está en buen estado. El presidente regional de Cajamarca señala con el dedo al Gobierno Central, la oposición pide la cabeza de Aída García Naranjo y, mientras tanto, los niños que lograron sobrevivir se recuperan en los hospitales y pronto estarán listos para volver a Cachachi y desaparecer. Sin dejar rastro. Sin que a nadie le importe.
Y es que, la mejor prueba de que estos niños son invisibles y de que no le interesan a nadie es que su caso solo está sirviendo para buscar responsables políticos y pedir cabezas a diestra y siniestra. Y ojo que no se trata de eludir responsabilidades o pasar este gravísimo caso por agua tibia. Al contrario. Pero, más allá de las sanciones, ya es momento de que miremos a los niños de nuestro país de frente y asumamos la vida y el futuro que les estamos ofreciendo. En Cajabamba, el 64% de las viviendas no tiene luz eléctrica, el 28% no cuenta con agua potable, el 81% no tiene desagüe. El 19% de las personas mayores de 15 años son analfabetas, y el 48% de niños menores de 5 años sufre de desnutrición crónica.
Si lo que mató a esos niños hubiera sido simplemente el mal estado de los alimentos del Pronaa estaríamos ante una buena noticia. Sí, buena, porque a pesar de la tragedia, un saco de arroz se puede reemplazar, pero la falta de condiciones de vida elementales, las deficiencias en salud y educación, las distancias físicas, el desinterés por cómo viven otros peruanos parece que no tiene remedio.
La gran paradoja del Perú que este gobierno tiene que resolver es que el distrito de Cachachi queda en Cajamarca, la región que produce más oro en nuestro país y la que más contribuye al crecimiento económico. Sin embargo, si un niño se toma una botella de veneno o se accidenta, o se golpea la cabeza, lo más probable es que se muera porque cerca de su casa no hay hospitales, ni carreteras, ni ambulancias, ni médicos especializados. Cerca de su casa no hay nada. Solo un montón de oro que sirve para que su país avance sin detenerse a mirarlo.
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