Hasta que llegó la hora Don Benito...
Recuerdo que solíamos reírnos cuando comentábamos sus múltiples cicatrices que le hacían parecer a alguien salido del Lurigancho... y que no eran sino muestras de las múltiples batallas que enfrentó contra la muerte y contra un sistema de salud (EsSalud-Perú) que, de no ser por su fortaleza física y anímica, sus hijos y sus innumerables amigos, ya hubieran dado cuenta de usted hace tiempo.
La muerte nos lo arrebató hoy. Y tuvo que hacerlo mientras usted tenía la guardia baja... lo tomó dormido.
Me duele mucho su partida, pero me queda el consuelo de haber tenido la oportunidad de conocerlo. Aprista honesto desde las primeras horas y hasta esta hora (las dos cosas, aprista y honesto), masón disciplinado, católico ferviente, aprendiz de brujo (¿o debería decir curioso extremo?), padre-amigo, conversador locuaz, pícaro y de risa estruendosa, aficionado a la numismática y un largo etcétera.
Pero, por sobre todas las cosas, generoso hasta el asombro. Usted me abrió las puertas de su casa y su hogar en Maranga desde mi infancia, de esa casa que llegué a sentir mía y que frecuenté muchísimo, entre otras cosas, para disfrutar de su conversa y de esa exquisita salsa de rocoto que usted preparaba y que nunca pude copiar. Muchas de las ilusiones juveniles, el sentido heroico que debe tener la vida, el valor de la solidaridad, la honestidad y la entrega que alguna vez tuve y que creo mantener se forjaron en esa casa y en esas horas que usted me brindó.
Pensar ahora en usted solo me traen buenos recuerdos y por eso ahora, al decirle adiós, aprovecho para darle las gracias.
Quisiera acompañar a su/mi familia que lo acompaña ahora; sin embargo, la distancia me impide estar con usted, estoy seguro que sabrá entender.
Un gran abrazo Don Benito.
P.d. Don Benito Portocarrero - Lima, Perú.
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